Ray Kurzweil no es cualquier futurista. Es el ingeniero que predijo con precisión el auge de la inteligencia artificial hace más de 20 años, el inventor detrás del primer lector para ciegos basado en OCR y actual Director de Ingeniería en Google.
Esta semana, al recibir un premio en el MIT, reafirmó sus predicciones más ambiciosas. Que en 2032 alcanzaremos la “velocidad de escape de la longevidad” (vivir lo suficiente para que la ciencia nos mantenga vivos indefinidamente) y que en 2045 llegará la singularidad, el momento en que humanos y máquinas se vuelvan uno.
Entre el idealismo y la evidencia
Sus críticos lo llaman soñador. Pero si miramos su historial (predijo el ascenso de la AI con décadas de anticipación y ha acertado en más del 80% de sus proyecciones tecnológicas), su visión no parece tan descabellada. Su método no es místico; analiza datos, tendencias y capacidad de cómputo para anticipar puntos de inflexión.
Por eso su discurso resuena entre tecnólogos, científicos y filósofos que ven en él una brújula del futuro.
El dilema humano
La pregunta ya no es si llegaremos, sino cómo cambiaremos mientras avanzamos hacia allá. ¿Qué pasa con la identidad, la memoria o el sentido de propósito cuando lo humano se mezcla con lo digital? Kurzweil no lo ve como una pérdida, sino como una evolución inevitable.
Nuestra decisión
Kurzweil dice que la tecnología puede salvarnos o destruirnos, pero que “tenemos una responsabilidad moral de realizar su promesa controlando sus riesgos”.
Y quizá ahí está el punto, el futuro no se trata de competir con la IA, sino de decidir qué parte de nuestra humanidad queremos conservar cuando nos volvamos uno con ella. 🤔